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El ascenso de las democracias corporativas en el mundo | La Cátedra Gaona

El abogado Mauricio Gaona habló en La W sobre los distintos riesgos que enfrentan las democracias en el siglo XXI.

El ascenso de las democracias corporativas en el mundo | La Cátedra Gaona

Entre los múltiples riesgos que enfrentan las democracias en el siglo XXI (populismo, autocracia, fascismo, desinformación, inteligencia artificial, desigualdad económica y social), el ascenso de las democracias corporativas es un riesgo trascendente y una preocupación ascendente en todo el mundo. No se trata, por supuesto, de contrarrestar el éxito económico de las corporaciones transnacionales, sino de valorar la influencia de su poder económico en las decisiones que afectan a millones de personas y en la conformación de los gobiernos que las toman. La evidencia en varias partes del planeta sugiere que el equilibrio entre el poder público y el poder privado está por romperse, incluso en los países más ricos e industrializados.

El efecto directo de este fenómeno es, de por sí, inocultable y añade una complejidad adicional inevitable: la diferencia entre el poder del votante y el poder de las corporaciones también se ha roto, y la otrora regla democrática que pregonaba “una persona, un voto”, en la práctica, ya no aplica. Al asimilar constitucionalmente a las corporaciones con personas naturales para adjudicarles derechos intangibles como la libertad de expresión e, indirectamente, el derecho al voto, se fragmentan los principios ancestrales que precedieron la idea de la democracia como un “gobierno del pueblo” (o, en griego antiguo, Demos Kratos).

En junio de 1776, justo antes del inicio de la Guerra Revolucionaria Americana, Thomas Jefferson escribió: “todos los hombres son creados iguales”. La frase, considerada provocadora en la época, terminó grabada como corolario a la igualdad unas semanas después en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Casi un siglo después, durante la Guerra Civil Americana, el presidente Abraham Lincoln retomó la idea original de Jefferson en su memorable discurso de Gettysburg con una inflexión inédita que transformaría el destino de la guerra civil (pasando de la secesión a la emancipación, “la igualdad entre los hombres se extiende a aquellos que han luchado por la libertad”). El discurso delimitó, igualmente, el marco constitucional que justifica la existencia de cualquier gobierno: “un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

Tras el asesinato del presidente John F. Kennedy, ese ideario independentista y revolucionario alcanzó el Acta de Derechos Civiles de 1964 (The Civil Rights Act), firmada por su sucesor, Lyndon B. Johnson. Este paso histórico llevó a que la Corte Suprema enunciara una regla jurídica que parecía hasta hace poco incontrovertible y que perduró por más de medio siglo: “one man, one vote” (“un hombre, un voto”, casos Baker v. Carr, 1962, y Reynolds v. Sims, 1964).

La evidencia revaloriza hoy las primeras variables. Solo en las elecciones presidenciales de 2024 en Estados Unidos, los Super PACs contribuyeron cerca de 1 billón de dólares. Durante la ceremonia de inauguración del presidente Donald Trump, el mundo vio cómo los presidentes de las compañías más ricas del planeta compartían un palco preferencial al que los ciudadanos comunes no tienen acceso. La presunción que muchos hicieron en aquel momento era que el ascenso de la democracia corporativa en América significaba que el presidente de la nación más rica y poderosa del mundo estaría sometido al poder e influencia de tales compañías. La evidencia demuestra, sin embargo, que, por ahora, el balance se mantiene, pues a pesar de las contribuciones multimillonarias, el presidente Trump no solo se opuso, sino que se impuso ante dichas corporaciones tras anunciar aranceles cuantiosos a sus productos. La pregunta, empero, permanece: ¿a medida que el poder económico de las corporaciones más grandes aumenta y se expande, podrán futuros gobiernos oponerse a ellas cuando el interés público o doméstico lo requiera?

En varias partes del mundo, dos casos sugieren que el desafío apenas comienza. El acuerdo de enjuiciamiento diferido al que llegaron el Departamento de Justicia de Estados Unidos, el Ministerio Público de Brasil, la Oficina de Seguimiento Especial de Fraude de Inglaterra y la compañía Rolls-Royce, el cual concluyó con una multa de 800 millones de dólares tras alegaciones de corrupción en docenas de países, así como el sonado caso de la compañía brasileña Odebrecht, en el que nueve países latinoamericanos y tres africanos se vieron afectados, son apenas algunas de las marcas más inobjetables sobre la influencia y el poder de las corporaciones transnacionales en la democracia del siglo XXI. En los últimos tres años, el ascenso de las democracias corporativas ha creado la imagen de gobiernos de élite y un sentimiento anti-gobierno que parece invocar una desconexión social, política y moral entre algunos gobiernos y sus ciudadanos. La inconformidad de miles de millones de personas en todo el planeta se hizo latente hace pocos días, cuando manifestantes de diferentes culturas, matices y preocupaciones, enarbolaban el mismo clamor frente a gobiernos democráticos, asegurando que estos no los representan.

La semana pasada, protestas en Nepal terminaron con 72 muertos, el primer ministro huyendo del país, el Parlamento incendiado y la presidenta de la Corte Suprema de Justicia asumiendo el gobierno interino con la promesa de que no habrá más corrupción. Similares protestas se presentaron en las Filipinas cuando miles de manifestantes marcharon por las calles de Manila acusando de corrupción y de violación de derechos humanos a las administraciones de los presidentes Duterte y Marcos. El descontento de miles de votantes ha sido igualmente latente en Francia, donde las protestas ciudadanas (París, Marsella, Lille) han producido hasta cuatro primeros ministros en un año y medio, así como en Japón, donde el primer ministro Shigeru Ishiba tuvo que renunciar recientemente ante la crisis política y la inconformidad expresada por los ciudadanos en relación con el costo de vida. Incluso, no hace mucho, las voces de protesta ciudadana en Sudáfrica repetían ante su Parlamento incesante la angustia de perder su futuro.

Aquellos que logran cumplir sus metas saben que el éxito es lo que ocurre después de sobrevivir a todos sus errores. Tal vez, como lo visualizaron las voces del pasado, la democracia es aún una idea en construcción cuya evolución transcurre a través de todos sus errores antes de alcanzar el objetivo que inspiró su creación: un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

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Bogotá HOY

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